Curiosidades e Historias ... de nuestra Cofradía
En este rincón, los hermanos tenéis la oportunidad de enviarnos curiosidades, datos o fotografías de la vida y acontecimientos de nuestra Cofradía. De este modo podremos ir recordando hechos, anécdotas y peripecias ocurridas a lo largo de los tiempos, así como a los hermanos que las protagonizaron...
Primer equipo de la Cofradía de “Futbol-7”. 1999
Aquí tenemos a los valientes que en 1999 decidieron fundar el primer Equipo de Futbol-7 en la historia de la cofradía. Como pasa el tiempo...
Pregón SEMANA SANTA 2011. Por nuestro hermano Don Jesús Orea Sánchez
Autoridades civiles y eclesiásticas, presidente y miembros de la Junta de Cofradías de la ciudad, abades, pueblo de Guadalajara hermano en la fe, queridas amigas y queridos amigos todos:
Desde el mismo principio, teniéndome por bien nacido, quiero agradecer, muy sinceramente, a la Junta de Cofradías de la ciudad y a sus respectivos abades, que hayan reparado en mi este año para redactar y pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Guadalajara, una costumbre que, a fuer de cuidarse con celo y consolidarse edición tras edición, va camino de adquirir la dignidad de tradición, algo que acontecerá si las generaciones actuales somos capaces de legar este acto, y en este formato solemne, a las siguientes, y éstas de asumirlo, mantenerlo y legárselo a las que les sigan a ellas. Decía un bello exlibris de una obra del Dr. Castillo de Lucas, “Historia y tradiciones de Guadalajara y su provincia”, que “lo que va a ser, va siendo”. Efectivamente, podemos afirmar que el pregón de la Semana Santa de Guadalajara va camino de ser tradición, porque sus promotores así lo pretenden y por ello trabajan y porque el pueblo cristiano de Guadalajara, de esta manera lo va asumiendo.
Pero, costumbre ya hoy, pronto tradición, me pregunto, ¿es necesario pregonar lo obvio, como es que llega y se inicia la Semana Santa? Pues, a mi juicio, no sólo es necesario, sino que también es oportuno. Efectivamente, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo vienen celebrándose desde hace casi dos milenios, por lo que su cita en el calendario, recién iniciada la primavera o avanzada ya ésta, como ocurre en este año, no es, no debería ser, ninguna sorpresa para nadie, aunque sí novedad porque, aunque haga 1978 años que Jesús sufriera su Pasión, su Muerte y su Resurrección, cada año, como la misma liturgia cada vez que se consagran el pan y el vino y se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, vuelve a padecer, a morir y a resucitar entre nosotros, extraordinarios acontecimientos de Dios hecho hombre que son el eje de la Semana Santa, obviamente no sólo de Guadalajara, sino de la iglesia universal.
Pero si hay una sola Semana Santa, desde el punto de vista espiritual, y ésta es, o debería ser, idéntica para el provecho de las almas de todos los cristianos, seamos europeos o africanos, americanos del norte, del centro o del sur, asiáticos u oceánicos, desde el punto de vista formal y material hay muchas Semanas Santas que, generalmente, reflejan la idiosincrasia de cada pueblo. Así, sin salir de España -pues si lo hiciéramos podríamos agotar en el intento todas las horas que aún restan a este Viernes de Dolores-, por ejemplo, en Andalucía, la Semana Santa se vive de una forma tan intensa, que algunos hasta la ven excesiva, y tan “sui géneris”, que no pocos la ven, incluso, inapropiada. En todo caso, nadie puede dudar que la de Andalucía es una Semana Santa muy especial y vistosa y que representa de manera fidedigna la forma de ser de los andaluces y, quien se muestra como es y en toda su intensidad, da lo mejor de sí mismo.
Llegados a este punto y antes de hablar de nuestra Semana Santa, de la castellana de Guadalajara, me parece oportuno citar a San Juan de la Cruz, uno de los tres santos españoles, junto con San Isidoro de Sevilla y Santa Teresa de Jesús, que han sido distinguidos por el Papa –en el caso de San Juan, por Pío XI- como “Doctores de la Iglesia”, lo que les reconoce como “eminentes maestros en la fe para los fieles de todos los tiempos” y que han tenido y, por supuesto, siguen y seguirán teniendo, una influencia especial en el desarrollo del cristianismo. Pues bien, San Juan de la Cruz, en el capítulo 37 de su “Subida al monte Carmelo”, se refería así al culto que los cristianos deben rendir a las imágenes religiosas, tan importantes desde el punto de vista material en la Semana Santa: “Por tanto, tenga el fiel este cuidado, que en siendo la imagen no quiere embeber el sentido en ella, ahora corporal la imagen, ahora imaginaria; ahora de hermosa hechura, ahora de rico atavío; ahora de larga devoción sensitiva, ahora espiritual; ahora le haga muestras sobrenaturales. No haciendo caso de nada en estos accidentes, no repare más en ella, sino luego levante de ahí la mente a lo que representa, poniendo el jugo y gozo de la voluntad en Dios con la oración y devoción de su espíritu, o el santo que invoca, porque lo que se ha de llevar lo vivo y el espíritu, no se lo lleve lo pintado y el sentido”.
Estas certeras palabras del Doctor español de la Iglesia, San Juan de la Cruz, a pesar de estar escritas en el siglo XVI, son plenamente vigentes en el XXI. Efectivamente, por mucho valor artístico que tengan las imágenes que conforman los pasos de las Cofradías de Semana Santa, por mucho valor material que alcancen sus ornamentos e, incluso, por mucho valor sentimental y devocional que tengan para las personas que los portan o, los acompañan, o los ven pasar, como decía el santo abulense esas imágenes “no ocuparán ni el sentido ni el espíritu que no vaya libremente a Dios”. Pero estas palabras de San Juan de la Cruz no han de entenderse como una invitación a la desafección a las imágenes que cada Cofradía cuida, porta y arropa con celo en sus procesiones y a las que se rinde culto especial, muchas veces heredado por tradición familiar; bien al contrario, en esa reflexión de San Juan de la Cruz lo que se pide al fiel es que su fervor a las imágenes no disipe, ni, mucho menos, anule el amor y la adoración debida a Dios, sólo a Dios, el “Amado” para San Juan de la Cruz en sus extraordinarios poemas místicos
Hablábamos de la singular forma en que se vive la Semana Santa en Andalucía y aún no lo hemos hecho de la forma, también singular pero bastante menos extravertida, con que se vive en Castilla, en general, y en Guadalajara, en particular. El carácter de los castellanos, ciertamente introvertido, austero, a veces hasta adusto y generalmente serio, sin duda que ha condicionado y condiciona nuestra Semana Santa, especialmente la que se celebra en la calle, gracias a la imprescindible y meritoria labor de las Cofradías que, con tanto celo y esfuerzo, portan sus pasos procesionales con gran devoción y hacen que el silencio se convierta en un clamoroso grito desgarrador por la cruel e injusta Pasión y Muerte que los hombres le dimos a Jesucristo cuando, siendo Dios, se hizo uno de nosotros, salvándonos por medio de su Resurrección, en el pago más generoso y la recompensa más desproporcionada que jamás se hayan tributado. ¿O es que puede haber una prueba más evidente de que Jesucristo es el Dios del Amor que el que padeciera, muriera y resucitara por todos los hombres, incluidos los que le dieron tan injusta, dolorosa y mala muerte?
La liturgia de la Semana Santa es realmente rica y en los templos de nuestras iglesias se van a celebrar estos días algunas de las ceremonias cristianas más sobresalientes, como la instauración de la Eucaristía en conmemoración de la Última Cena, en jueves santo, la conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, con la veneración del árbol de la sacrosanta Cruz, en viernes santo, y la gloriosa resurrección de nuestro señor Jesucristo, en la Pascua del Sábado Santo al Domingo de Gloria, momento cumbre del cristianismo, recibido su triunfo sobre la muerte con esa voz latina bíblica y hebrea que es “Aleluya”, una expresiva demostración de júbilo y que significa “Alabad a Dios”.
Liturgias que serán complementadas por otras ceremonias, como los Vía Crucis, la instalación de Monumentos en honor a Jesús Sacramentado o Predicaciones y Sermones, como el de las Siete Palabras, que proclama y comenta las últimas frases que Jesús pronunció, ya agonizante en la Cruz, y que son su último regalo, en forma de palabra, a los hombres antes de expirar. De entre esas siete palabras, que por su dimensión e insuperable contenido espiritual son verdaderos tratados, quiero destacar las séptimas y últimas: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, unas palabras que deberíamos tener permanentemente en el pensamiento todos los cristianos, y no sólo en la hora de nuestra muerte.
Eucaristías y otro tipo de liturgias, sermones y demás actos ceremoniales configuran la programación de nuestra Semana Santa en las distintas parroquias y templos de la ciudad para su adecuada conmemoración, pero a lo mucho e importante que acontece bajo techo sagrado, lo complementa de una manera proverbial lo mucho y también importante que sucede en las calles y plazas de Guadalajara, por las que, desde el Domingo de Ramos, con la llamada “de la Borriquilla”, se inician las Procesiones propias de este tiempo, que culminarán con la del Resucitado, el Domingo de Gloria, la última incorporada al programa procesional de la ciudad, hace apenas una década, recuperándose con ella una antigua tradición propia de la Parroquia de Santiago, cuando ésta tenía aún su primitivo templo ubicado junto a la fachada lateral del Palacio del Infantado. Un templo que fue derruido a mitad del siglo XIX, como lo fueron tantas otras iglesias de Guadalajara de las que hoy sólo nos quedan el recuerdo, algunos documentos, escasos vestigios y sus nombres: San Gil, San Esteban, San Julián, San Andrés y las antiguas de San Nicolás, que estaba en frente de la actual, San Ginés, que se localizaba en lo que hoy es la plaza de la Diputación, y la que ya hemos citado de Santiago. A estas iglesias parroquiales derruidas, habría que añadir también las conventuales que, casi siempre junto con sus propios conventos, fueron víctimas de la demoledora e iconoclasta piqueta que aquí se ha mostrado excesivamente nerviosa y activa, sobre todo en los siglos XIX y XX.
No sin un gesto de lamento por tanto y tan importante patrimonio histórico-artístico y religioso perdido en nuestra ciudad, retomemos el tema de las procesiones de Semana Santa, que no son un invento de ayer, ni fruto de capricho ni de improvisación alguna y que, en nuestra ciudad, se remontan al último tercio del siglo XVI, exactamente a 1570, cuando se instauró la llamada “Cofradía de la Quinta Angustia”, amparándose su nacimiento en Bulas concedidas por el Concilio de Trento. Esa primera Cofradía guadalajareña fue impulsada por la orden de los Franciscanos y tuvo por imagen señera una Piedad que, según datos documentados y contrastados, después sirvió de modelo a imágenes que se hicieron para la Semana Santa de otros pueblos de la provincia, como por ejemplo Tendilla. Esta imagen de La Piedad, de la Cofradía de la Quinta Angustia, se veneraba y custodiaba en la desaparecida Ermita del Rosario, que se localizaba en las proximidades del Puente árabe sobre el Henares, exactamente en la parte más cercana a las terreras del río, en lo que hoy es el barrio llamado de Cacharrerías, por asentarse en una zona en la que en la Edad Media hubo numerosos alfares.
Apenas cuatro años después de la fundación por los Franciscanos de aquella pionera Cofradía guadalajareña de Semana Santa, que con el tiempo desapareció, en 1574 los Dominicos, establecidos en el Convento de Santo Domingo, del que hoy se conserva su iglesia, que actualmente es la parroquia de San Ginés, fundaron la Cofradía de la Soledad, que afortunadamente hoy pervive y que, por tanto, es la más antigua de cuantas participan en la Semana Santa de Guadalajara pues el resto de Cofradías y Hermandades se fundaron después de la Guerra Civil, en el pasado siglo XX. La Ermita en la que se custodió, durante varios siglos y hasta la contienda civil, la imagen de la Virgen de la Soledad, estuvo dedicada a la advocación de esta misma Virgen y se localizaba enfrente de lo que hoy es la Iglesia de San Ginés, al iniciarse el llamado Paseo de las Cruces. En esa Ermita y en otras iglesias y ermitas de la ciudad, se albergaron también durante siglos numerosas imágenes que formaron parte de pasos procesionales de nuestra Semana Santa, obras de afamados escultores y pintores de Guadalajara, incluso anteriores al gran imaginero, lucense de cuna pero castellano de adopción, Gregorio Fernández, como es el caso de Tamayo, Barrojo, López de la Parra o los Hermanos Rueda, entre otros, artistas que también produjeron las imágenes de muchos pasos de Semana Santa de pueblos de la provincia. Hay noticias ciertas de la existencia de un magnífico y espectacular Descendimiento de la Cruz, conformado por ocho figuras, y de un Cirineo, compuesto por cuatro, obra de los Hermanos Rueda. Estas figuras, con el paso del tiempo, desaparecieron por motivos desconocidos, mientras que una imagen antigua de la Virgen de la Soledad, un Cristo Yacente y un Cristo atado a la columna, entre otros pasos que se custodiaban en la Ermita de la Soledad, fueron pasto de las llamas en 1936.
Como decíamos, salvo la de la Soledad, el resto de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Guadalajara se fundaron después de la Guerra Civil y las imágenes que conforman sus pasos procesionales son también posteriores a la guerra, aunque no por ello menos valiosas, siguiendo el justo criterio de San Juan de la Cruz que antes he citado. Además, gracias al empeño continuado de nuestras Cofradías, podemos decir bien claro y bien alto que Guadalajara tiene unos pasos procesionales de Semana Santa dignísimos y que, año a año, con sobriedad y rigor, pero con compromiso y empuje castellanos, ofrecen momentos muy intensos para la fe de los millares de personas que se dan cita en las aceras para verlos pasar, en silencio y con recogimiento, como corresponde a las formas tradicionales en esta tierra. Momentos en los que la compunción del corazón ante un paso de un Cristo o una Virgen, puede ser tan sincera como la que se vierte en un confesionario. A este respecto de la compunción del corazón, decía hace más de 15 siglos San Isidoro de Sevilla, el primer Doctor de la Iglesia hispano, elevado a este magisterio por el Papa Inocencio XIII, que “el paso de Dios constituye una fuerza interior en el corazón del hombre merced a la cual brotan los buenos deseos a fin de destruir los malos. Así, pues, cuando surgen en el corazón humano estos deseos, hemos de saber que entonces Dios asiste con su gracia al corazón humano. Por tanto, entonces debe el hombre excitarse más a la compunción cuando se da cuenta que Dios opera en su interior”.
Hemos hablado antes, sucintamente, de los primeros antecedentes de las Cofradías de Semana Santa de Guadalajara en el siglo XVI, una ciudad que, en las últimas cuatro décadas, ha triplicado su población, pasando de los 30.000 habitantes que tenía en 1970 a los casi 90.000 que tiene ahora. Es decir, Guadalajara ha crecido más en cuarenta años que en cuatro siglos. Gran parte del crecimiento demográfico experimentado por la ciudad ha tenido su origen, especialmente en los últimos años, en la población inmigrante llegada del exterior, pero también ha crecido la ciudad con la llegada de inmigrantes procedentes de otras regiones españolas y, de manera muy significada, con habitantes de los pueblos de la propia provincia, lo que supuso que, al tiempo que crecía demográficamente la capital de manera exponencial, decrecieran ellos en la misma medida. Ese éxodo masivo del medio rural al urbano, entre otras cosas, se llevó por delante mucha memoria colectiva y no poca cultura material. Pero, afortunadamente, a pesar de esa despoblación masiva y de esas dolorosas pérdidas de memoria y cultura, se han preservado tradiciones centenarias de nuestros pueblos, tanto del tiempo de trabajo como del de fiesta, que constituyen un extraordinario activo del acervo popular, como es el caso del Reloj de la Pasión, una canción que se entona en la Semana Santa de algunos pueblos de la Alcarria y con la que se glosa, en sencillos pareados, la Pasión y la Muerte de Cristo, hora a hora, y que es cantada en las procesiones de Jueves Santo, acompañando imágenes en andas de Nazarenos y de Dolorosas. Este curioso canto de Semana Santa, que se enmarca en la tradición castellana de canciones seriadas, y que es un excelente resumen de las últimas horas de Cristo antes de su muerte en la Cruz, dice así:
Tu reloj, Jesús
Mío, comenzar quiero
Porque ajustáis mis pasos,
Mis desaciertos.
A las siete la cena
Los pies lavasteis
Limpia tanta impureza
Tu hermosa sangre
A las ocho instituyes
El Pan de Vida
Dulce pan lo que atesora,
Todo es delicia
A las nueve el mandato
Que arroja llamas.
¡Oh qué dulce! ¡oh dispones!
¡Qué tierno mandas!
A las diez en el huerto
Oras al Padre.
Nunca yo ¡Oh Jesús mío!
De ti me aparte
A las once te niega
Tu amado Pedro.
Yo mi amado te adoro
Como a mi dueño
A las doce te prenden
Atan y ultrajan.
Ante Anás padeciste
Las bofetadas
De blasfemo a la una
Caifás te anota.
Y aquí fueron los golpes,
Furias, deshonras.
A las dos los testigos
Falsos te acusan.
No culpéis la inocencia,
Culpad mis culpas
A las tres te escarnecen
Hombres villanos.
Y a ti, manso cordero,
Hieren vendado
Sudas sangre a las
Cuatro, entre agonías.
¿Quién a llanto deshecho
No se lastima?
A las cinco se juntan
Los maleantes.
Y a mi Vida la muerte
Pretenden darle
A las seis te presentan
Ante Pilatos.
Triste, humilde y afligido
Por mis pecados.
De Pilatos a Herodes
Vas a las siete.
A vestirte de loco
Quien te enloquece
A las ocho Pilatos
Muy bien convierte.
Y aquél pueblo
Infame: “¡muera!”, repite
A las nueve la lluvia
De los azotes.
Cinco mil, o más,
Fueron las sinrazones
A las diez te coronan
Con mil ofensas.
¡Oh que agudas espinas,
Lo que penetran!
A las once te cargan
Con el madero.
Aquí cayó mi querido,
Por mis tropiezos.
A las doce te fijan
Entre ladrones.
¡Oh, qué ríos de sangre!
¡Oh qué dolores!
A la una te dieron
Hiel y vinagre.
¡Oh que amargos deleites
Los que catasteis!
A las dos encomiendas
A Juan tu madre.
Entre angustias del alma
Tu amado Padre.
A las tres tiembla el orbe,
Funesto día,
Que mi Sol ha expirado,
Murió la Vida.
A las cuatro una lanza
Tu pecho hiere.
De esta fuente, alma mía,
Vive el que bebe.
De la cruz a las cinco
Lo han desclavado.
Ven difunto hermosura,
Ven a mis brazos.
A las seis lo sepultan
¡Oh Madre tierna,
Piélago de aflicciones,
Mar de tormenta!
Sola y triste has
Quedado, Reina del cielo.
¡Llora sangre, mi Luna,
Que el Sol se ha puesto!
El reloj se concluye,
Sólo nos falta
Que a sus golpes y avisos
Despierte el alma.
Impresionante esta Pasión y Muerte de Jesucristo según el pueblo ¿verdad? No es el Evangelio según San Mateo en “koiné”, ni la versión latina de La Vulgata de San Jerónimo, ni su traducción al griego moderno, pero tiene una llaneza, una expresividad y una emotividad que hacen que se viva esa Pasión y esa Muerte, más que hora a hora, minuto a minuto.
Voy terminando ya porque el pregón es lo único que se interpone para que principie la Semana Santa y, aunque ésta nos retrotraiga y recuerde siempre el sufrimiento y el dolor infinitos que acompañaron la Pasión de Jesús y que le llevaron hasta una Muerte infamante, tras ella llega la Resurrección, el triunfo de Cristo sobre la muerte y que para sus seguidores, para nosotros, los cristianos, es el fruto que nos da vida eterna. ¡Aleluya!
He citado previamente, con toda intención, a dos de los tres grandes doctores que España ha dado a la Iglesia: San Isidoro de Sevilla y San Juan de la Cruz. No podría, mejor, no debería, concluir este Pregón sin acudir a la primera mujer, Santa Teresa de Jesús, que junto con Santa Catalina de Siena, fue elevada por el Papa, en este caso Pablo VI, a la más alta magistratura de la fe como es el Doctorado de la Iglesia. “Nada te turbe” tiene por título este poema de Santa Teresa que, como todo lo que escribió en verso, es la forma más bella de orar a Dios:
Nada te turbe,
Nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta
Hermanos todos en la fe: Que la Semana Santa os sea de provecho espiritual y los días que sigan al gran y esperado Domingo de Resurrección sean realmente gloriosos, especialmente para quienes más lo necesitan, pues la Caridad, además de ser una de las tres virtudes teologales junto a la Fe y a la Esperanza, debe ocupar el primer peldaño en la escala de valores de todo cristiano.
Muchas gracias por su atención.
Jesús OREA
Pregón SEMANA SANTA 2010. Por el Reverendo Don Álvaro Ruiz Langa
Socios y representantes de Hermandades y Cofradías,
hermanas y hermanos todos:
“Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae el anuncio de la paz, del que trae las buenas nuevas del gozo!”, leemos en el profeta Isaías (Is 52,7). La presente ocasión permite decir parecidas expresiones: “¡Qué suerte feliz la de quien recibe el encargo de anunciar noticias preñadas de bondad! ¡Qué ventura la de quienes proclaman la buena nueva de Jesús de Nazaret!” En coherencia, obliga, por tanto, a comenzar estas palabras con la gratitud en primer término. Gratitud y reconocimiento para la Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de la ciudad de Guadalajara por haber mirado, con enorme generosidad, hacia este pregonero a la hora de presentar las fiestas religiosas de la Semana Santa del año 2010, la semana más religiosa del calendario cristiano. Gracias por la delegación.
El Pregón que lanza a los aires guadalajareños la Junta de Hermandades y Cofradías ha de ser ésta una proclamación para todo el pueblo de Guadalajara, sin duda. Con todo y en con coherencia con la gratitud, va con especial afecto, dedicada a los hermanos y cofrades que vuelcan alma y religiosidad en las estaciones de penitencia, en los encuentros fraternales, en los vía crucis, en toda la serie de acciones litúrgicas que configuran la Pascua católica guadalajareña. Para todos y cada uno de ellos, con corazón agradecido.
Y del corazón deben brotar la voz y la palabra en esta hora de la liturgia pregonera. Así corresponde al oficio mensajero en las más de las ocasiones en que se ejerce. Así, con plena propiedad, lo exige el canto de la Pascua de Jesús el Señor, el Nazareno que ha querido hacerse salud y vida para la humanidad entera en la pasión y en la cruz, en el sepulcro y en la resurrección. ¡Cómo no alzar el entusiasmo a la hora de cantar al Cristo del amor que da sentido a nuestra fe y alimenta la esperanza necesaria en todos los momentos y vicisitudes de la vida humana!
“Enséñame las manos
para que vea que no tienen sangre
–te dije con humano desconsuelo-.
Cuando lo comprobé,
te ordenaron mis labios
que me adentraras por sobre tu aliento
y penetraras luego
–atravesando la materia, el hueso-
hasta mi corazón. Que te llamaba.
…Ya más tarde,
y al comprobar que estabas en mi pecho…,
te hablé de muchas cosas cotidianas.
De mi vida, Señor.
Sé que te agrada
y escuchas mis palabras. Complacido.”
(Resurrección, María Elvira Lacaci)
La voz y la palabra que quieren ir, que deben ir, de corazón a corazón, pues es allí, en el taller de los sentimientos humanos, donde mejor se acrisolan las cosas de Dios y sus amores. Tal es la presente ocasión, ya que en este caso el anuncio pregonero no versa sobre advertencias, ni trata de avisos ni de órdenes; como tampoco acarrea llamadas a la lucha, ni transmite veredictos de victorias militares, ni proclama otras vicisitudes de la política humana. No pregona productos ni propone convocatorias. No refiere sucesos ni grita descubrimientos. En esta oportunidad sagrada, palabra y voz aúnan sus virtudes para invitar a la fiesta de la cruz y de la luz que desde el corazón de Cristo viajan al corazón humano en vuelo de gracia redentora. Vuelo de amor, como cantara Juan, el poeta de tantos vuelos místicos en aquel poema que empieza
“Tras de un amoroso lance,
y no de esperanzas falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance…”
En verdad, voz y palabra enardecidas por el vino del amor que el alma enamorada y redimida aprende a gustar en el ágape al que Dios amante no cesa de invitarle.
Relata el Evangelio: “Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: ‘Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de los Cielos” (Lc 22,14-16). En nuestros días, el convite de Jesús se materializa en cenáculos como el que nos acoge en estos momentos: los templos, las iglesias, que llamamos Casa de Dios no tanto por ser habitáculo en el que él mora cuanto por ser hogar en que convoca y reúne a toda su familia. Una porción de esa familia nos encontramos ahora, en estas vísperas, en el hermoso templo de Santiago, escenario singular este año para el pregón de la Semana Santa de Guadalajara. Ahora y aquí la calidez del corazón de los fieles, de los cofrades, de las hermandades y cofradías, anhela oír de nuevo el anuncio pascual del Señor. Y ahora y aquí resuena, otro año más gracias a Dios, la invitación del Maestro a sus discípulos, ahora y aquí, nosotros: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”.
No fueron, entonces, finos oidores el grupo de los doce apóstoles. Aunque sí abrieran el oído a la escucha, no terminaron de comprender el mensaje que iba dirigido a su corazón. Como si algunas aristas de las palabras de Jesús les hirieran la sensibilidad, como si la dureza de la realidad que el Señor les transmitía no rimara con los sueños de grandeza (o tal vez sería más exacto decir dudas de bajeza) en que ellos hacían navegar sus expectativas. Así lo describió un poeta de nuestro tiempo:
“Ya no me queda nada que deciros.
Me hice palabra; todo os lo he contado,
pero sé que lo olvidaríais pronto,
pues las palabras son hijas del tiempo…
Sé como sois: no voy a reprocharos.
Por eso estoy aquí, por eso vine.
Sé que os dormís al borde de la muerte
o al borde de la vida, como el niño
que cae, con la cuchara de camino
desde el plato a la boca, ebrio de sueño…
… Y sé que el traqueteo de los días,
como ruido de ruedas, os aturde,
y se os apaga la memoria, floja…”
(Última cena, José María Valverde)
Cada generación que pasa tiende a repetir la escena. También nosotros, los fieles de hoy, los de aquí y ahora, los que en esta tarde queremos cantar el anuncio de la Pascua en el cenáculo de Santiago Apóstol de la capital alcarreña. Sí, también nosotros, cristianos y cristianas del siglo XXI, adolecemos se parecido mal: pese a los buenos propósitos de escuchar la predicación del Maestro que nos trata como amigos, no terminamos de entender, no rematamos la comprensión del misterio de la Pascua. Por eso, resulta estupendo abrir el ciclo de la Semana Santa en el día de la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores. Con ella y de su mano, a su cobijo y mediante su saber de Dios, nos será más fácil captar el sentido y apreciar la hondura religiosa de los acontecimientos que nos disponemos a celebrar el Jueves Santo, el Viernes Santo, el Sábado y Domingo Triunfales… La Madre de los Dolores conoce en todos los límites y puntos de su entraña el camino de Jesús; y, metiendo el caso en versos, podríamos muy bien decir que se llega “… por el dolor a la alegría”, o aquello más religioso de “La gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida”. Este es el camino del Cristo de la Vida. A la Madre, pues, conviene encomendarnos con piedad, y también con esperanza, para que ella nos ayude a seguir con ojos bien abiertos los pasos de Jesús, que por las calles y los templos de nuestra querida Guadalajara nos enseñan a llegar, de cierto, a través del dolor de la Pasión hasta la alegría inmensa de la Resurrección, trance definitivo en que todo se ilumina.
Voz y palabra resuenan, en esta atardecida, en el cenáculo de Santiago para todos los hermanos de Guadalajara. Se despliegan y descienden como beneficiosa lluvia pregonera para anunciar al Cristo de nuestra fe. En puridad, él es la voz y la palabra por antonomasia; él es el Verbo de Dios que viene a los suyos desvelando el mensaje del Padre, mensaje de salud para toda la familia humana. Cristo es la voz de Dios que resuena en las bóvedas del universo entero para poner en alerta todos los sentidos de la humanidad, solicitando escucha y atención a los mensajes de comunicación amorosa que el Amado divino dirige como piropos a la Amada humana. Y Cristo es la Palabra Divina con mayúsculas, puesto que se encarna como Hijo del Hombre con la finalidad de acercarse a cada hermana y hermano terrenales para contarles, al oído de cada cual, las cosas del Padre de Bondad: la ternura con que el Padre ama, el anhelo con que el Padre espera, el cariño con que el Padre recibe, el calor con que el Padre abraza. Cristo es la Palabra sublime que predica el sermón de la montaña; Cristo es la Palabra viva que comunica con obras y gestos; Cristo es la Palabra herida que habla en la calle de la Amargura, en el monte Calvario, en los tronos de las Hermandades y Cofradías… Podríamos decir que así se sustancia el anuncio de esta hora pregonera: suenan, dicen, hablan, imperan la Voz y la Palabra salvadoras en los estigmas y heridas del Cristo redentor que encumbran con devoción los costaleros y que cantan con amor los corazones de todos los cofrades, hermanos y nazarenos.
Hermanos admirados, la voz y la palabra pregoneras dirigen ahora la atención hacia vuestro oficio penitencial y devoto. Con admiración, sí, con la admiración del niño que se deslumbra ante lo que ve grandioso Y con la voluntad de rebuscar por qué intersticios de vuestro sentir “semanasantero” Dios se cuela para sembrar la vida de semillas de devoción y de fe cristianas. Quiere ser una mirada envidiosa, noblemente envidiosa, de las acciones que realizáis en homenaje al Señor de la Pasión, a Nuestro Padre Jesús Nazareno, Padre de la Salud, Cristo del Amor y de la Paz, Cristo en Expiración y Cristo Yacente del Sepulcro; y acciones también de acompañamiento y honra a la Madre, Nuestra Señora de la Soledad, Nuestra Señora de los Dolores, María Santísima Esperanza Macarena, Madre de Piedad.
La mirada y el acercamiento discurren por los caminos de la indagación de lo que significa el ejercicio cofrade, de lo que revela la actuación de las hermandades. Y como en un juego de ficción, nos colocamos en la piel del costalero, nos adentramos en el ámbito espiritual del Nazareno, del capataz, del hermano de luz, del anciano cofrade que ya no puede desfilar, del hermano recién llegado que ansía estrenarse en las procesiones… Para hacer lo que pudiera titularse “las plegarias del cofrade”. A lo largo de las estaciones de penitencia, en efecto, el cofrade devoto porta las imágenes de Nuestro Padre Jesús, de María Santísima, pero también y al mismo tiempo, va rezando, va tejiendo una conversación interior y amorosa con el Señor y con su Madre. Se antoja excepcional, especialmente emotiva, la situación en que estas plegarias cobran vida dentro del pecho de quienes llevan el peso y hacen vibrar las procesiones de los santos días. Recio ha de ser tal sentir; parecido de algún modo al que cantaba don Miguel de Unamuno ante el Cristo admirable que pintó Velázquez.
“¿En qué piensas tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?”
Conviene, pues, en este punto que vaya menguando la voz del pregonero de modo que la noticia regalada crezca, pues el mensaje viene a ser la sementera de un anuncio en el campo humano de una comunidad, de un pueblo. Con el paso de los días, la tierra sembrada irá floreciendo hasta dar los frutos deseados. Entonces se ve que lo que importa es el campo sembrado por el labrador divino. En consecuencia, la voz y la palabra mediadoras han de dejar el espacio primordial al Cristo de la fe. Y con el Cristo, el pueblo fiel, en este caso de Guadalajara. Que medre el Maestro Nazareno en el alma de los nazarenos discípulos. Así corresponde que sea, así se cumpla ahora.
Uno de los aspectos de la fructificación que se produce en el encuentro religioso entre el Señor y sus discípulos es el diálogo, la conversación de nuevo cuño que gracias al encuentro prende. Allí la criatura humana experimenta sobrecogimiento, queda subyugada ante la amorosa presencia divina. Entonces abre la boca con admiración sublime e inicia un balbuceo. Es la oración, es la plegaria, es el hablar urgido y elemental, incompetente y necesario, que brota del corazón trastabillado por el deslumbramiento que se experimenta ante la zarza ardiente, en el Tabor de turno, frente al Varón de Dolores o en el cara a cara con el Hijo del hombre… ¡El Hijo del Hombre que mira y calla, espera y ama!
Reza el cofrade, reza el cargador, rezan los hermanos de luz envolviendo sus preces en los pliegues del hábito nazareno. En el silencio interior tejen plegarias, al paso de la procesión salmodian entrecortadas oraciones… En este punto nos preguntamos por esas preces insólitas en el calendario del año, ajustadas al marco de las procesiones primaverales de la Semana Santa. ¿Cómo oran, qué súplicas, qué preces hila su fe y su sentimiento religioso? Podemos acercarnos a escuchar. Con todo respeto, pero con toda la convicción que requieren, puesto que son súplicas que nacen de lo más entrañable del alma.
Plegaria del cargador
En la cripta del trono procesional compone su ofrenda de penitencia el costalero. Suda el peso de la carga que aploma sobre sus hombros; aprietan sus manos el varal que es solio y cátedra del Señor de la Pasión, de Nuestro Padre Jesús Nazareno, del Cristo del Amor y de la Paz o del Yacente Cristo del Sepulcro; ama desde la devoción del esfuerzo dolorido de su músculo. Y en esa penitencia afincado, va rezando a trancos, como puede, como acierta -o como yerra-, pero con el corazón plenamente abierto y franco. Pudieran ser sus palabras las del poeta paisano, Ramón de Garciasol, que hablaba con Dios un día de esta guisa:
“Contigo vengo, dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta...
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre, Dios, alerta.”
(Hombre en soledad, Ramón de Garciasol)
El portador alimenta así el sudor y el silencio de su disciplina. Exclamaciones y compunción le recorren las galerías interiores, le van emocionando el corazón, le van haciendo cada vez más sentida la plegaria. En otro momento, las palabras se le van hacia la altura de la cruz, desde la bajura humana. Y aunque no esté viendo la imagen del Cristo crucificado, lo presiente arriba pero cerca y, a la par, se siente cercano al que allí, en el madero, padece
“Desde la Cruz, en alto, un grito diste cara a la muerte
(un solo grito, que sepamos, a lo largo de tu vida mortal)…
Ya nunca volverá a haber silencio sobre la Tierra, nunca
paz, que ese grito Tuyo
resuena desde entonces, ensordece desde entonces el mundo…”
(Tu grito, Manuel Alonso Alcalde )
Ahora, el devoto costalero parece sentir en sus oídos el golpeteo de ese único grito del Cristo de la Vida y piensa que es inútil resistirse, taparse las orejas con las manos, “esconder la cabeza debajo de las mantas”. No podrá dejar de oír el poderoso grito del herido incólume, del crucificado eterno. Y tendrá que levantarse, una noche y otra, cualquier madrugada o cualquier tarde a responder a la llamada del Sufriente:
“Cuántas veces, Señor, me habéis llamado
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado...
...hoy que vuelvo con lágrimas a veros
clavadme vos a vos en vuestro leño
y me tendréis seguro con tres clavos”
(Clavadme con vos, Lope de Vega)
Oración del capataz
Fuera y por delante camina el capataz del grupo costalero. Luce prestancia y distinción mientras marca ritmo al balanceo y treguas al paso. Él va viendo las imágenes: del Hijo, de la Madre, la Cruz desnuda, el flagelado, el yacente. No tiene corazón de piedra el capataz; que, piadosa y doliente, la sangre que fluye por sus venas estimula la devoción orante:
“Déjame que, tendido en esta noche,
avance como un río entre la niebla,
hasta llegar a ti, Dios de los hombres,
donde las almas de los muertos velan...
Yo sé que, como mar, a todos bañas;
que las almas de todos tú reflejas,
y que a ti llegaré cuando mis aguas
den al mar de tus aguas verdaderas.”
(Te busco, José Luis Hidalgo)
El capataz es ducho y sabe que su función está al servicio del equipo que porta las imágenes. Del acierto de sus directrices depende la armonía que debe imprimir la piña de portadores al trono que enseñorean por las calles. El capataz, muy en su oficio por tanto, contempla al Cordero Santo que sus hombres portan y, al mismo tiempo, va contemplando a la humanidad entera abrazada a la imagen del Cristo de “luenga melena nazarena”. Y con tal visión y pálpito entonces reza pensando en tantas y tantas personas que en el mundo sufren heridas, enhebra por todos ellos una oración hermosa aprendida de otro poeta al hilo del Salmo 21:
“Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Soy una caricatura de hombre,
………………………………el desprecio del pueblo.
Se burlan de mí en todos los periódicos.
Me rodean los tanques blindados
estoy apuntado por las ametralladoras
…Me tatuaron un número.
Me han fotografiado entre las alambradas
y se pueden contar como en una radiografía todos mis huesos.
…Grito pidiendo morfina y nadie me oye,
grito con la camisa de fuerza,
grito toda la noche en el asilo de enfermos mentales,
en la sala de enfermos incurables,
en el ala de enfermos contagiosos,
en el asilo de ancianos,
…me ahogo en la cámara de oxígeno,
lloro en la estación de policía,
en el patio del presidio,
………………………en la cámara de torturas,
………………………………………………..en el orfanato…
…Pero yo podré hablar de ti a mis hermanos.
Te ensalzaré en la reunión de nuestro pueblo.
Resonarán mis himnos en medio de un gran pueblo.
Los pobres tendrán un banquete.
Nuestro pueblo celebrará una gran fiesta.
El pueblo nuevo que va a nacer.”
(Salmo 21,Ernesto Cardenal)
Tal vez en medio de estos rezos, merced a ellos, está viendo más claro que su tarea es caridad que sirve de provecho a toda la familia religiosa que haciendo la procesión. Y tal vez por eso mismo, un rumor le dice por adentro que el Maestro del mandamiento del amor está contento con él, con su trabajo.
Y las preces de muchos otros nazarenos
Llevan la luz, van desfilando en hilera que se prolonga a lo largo de las calles, visten el uniforme nazareno de la propia cofradía o hermandad... En cada corazón late un pulso diferente y en la fragua de cada pecho arde una oración peculiar. Quien mira a nuestro Padre Jesús Nazareno, quien al Cristo de la Pasión... Este se centra en el Santísimo Cristo del Amor y de la Paz, aquel en Nuestra Señora de los Dolores... Unos en la Virgen de la Soledad, otros en la Madre Esperanza Macarena... Miradas que se posan sobre el Hijo, que es la víctima y el triunfo al mismo tiempo; y miradas que se anclan en la Madre marcada por los aceros del dolor y por una fe más vigorosa y firme que el acero.
Le dicen a la Madre las voces nazarenas que quieren consolarla:
“Padeciste gran dolor sin verter sangre.
Así suele ser el dolor de tantas madres:
se estruja el corazón de sufrimiento
y aun estando triturada, no se advierte.
Nunca sabremos bien lo que sufriste,
lo que unida a tu hijo padeciste:
cómo sin conocernos nos amaste
y cómo son su mismo perdón nos perdonaste…
…Seguro que Jesús está contento
al saber que no estás sola y que te quieren,
que con mucho amor compartimos tus dolores
y que quisiéramos morir de amor como tú mueres.”
(Queremos ir contigo, Madre, Carmen Cerezo)
Le miran, también a la Madre de la soledad, ojos compungidos que alimentan, en susurro piadoso, otra plegaria:
“Déjame, Soledad, que te acompañe,
pues grande, más que el mar, es tu quebranto.
Deja que la amargura de tu llanto
con mis manos la achique yo y la empañe.
Déjame, Soledad, que tu agonía
sea yo quien la viva y la padezca,
que, junto a ti, mi soledad merezca
el dulce alivio de tu compañía…”
(En tus manos cobijado, Joaquín Luis Ortega)
Y ante la cruz, otras voces, otros sentires, otros pechos, quieren cantar y rezar a un tiempo, aunque no acierten a desatar la voz en ningún caso:
“Abierta así, de brazos a la vida,
de brazos a la muerte, así de brazos;
una Cruz nada más, solo dos trazos
donde abraza al mundo deicida.
Cruz nada más, madera herida;
sombra de vida muerta y latigazos;
alzada sombra de Hombre, clavos,
lazos que hablan de sangre y redención
cumplida…”
(Cruz, Antonio Murciano)
Pudiera componerse un rezo universal ante al ara del Calvario, frente al Nazareno herido y muerto, junto a la Madre de Piedad y de Dolores. Debiéramos abrir un rosario de jaculatorias a lo largo de las procesiones que aroman la ciudad de fe y devoción populares. Habría de alzarse en nuestro cielo guadalajareño una salmodia de caridades aprendidas del Cristo del Amor, del Nazareno amado. Tal es la manda y la exigencia que del divino costado se desprenden. Tal, el requerimiento que conmina al corazón cofrade convencido, a la hermandad de fieles que estimulan el fervor religioso de los días santos de la Santa Semana que ahora abrimos…, a vosotros, cofradías y hermandades de la noble y religiosa ciudad alcarreña, serrana y campiñera de Guadalajara. Bajo la bóveda musical del Stabat Mater y el Requiem, que ahora va a cantar el Coro Novi Cantores, podemos meditarlo.
Y así culmina el anuncio, la liturgia pregonera. Se apagan la voz y la palabra precursoras… Y va saliendo el canto propio de la Semana Santa en forma de oraciones y versos como estos cuatro finales, que nos ponen en las manos y al amparo de la Madre del Amor más hermoso que ha pisado nuestra tierra :
“Estaba la Dolorosa
junto al leño de la Cruz…
¡Qué alta palabra de luz:
…María …sencillamente”.
Vivamos con ella la Semana Santa que ya empieza, la Semana Mayor de las Hermandades y cofradías de la ciudad de Guadalajara.
ÁLVARO RUIZ LANGA
Pregón de NAVIDAD 2010. Por nuestro hermano Don Jesús Orea Sánchez
Estimados amigos, estimadas amigas de la Comunidad Parroquial de Santiago Apóstol:
Nada más principiar este pregón de Navidad quiero agradecer, muy profunda y sinceramente, a vuestro párroco, don Rafael Iruela, que, a través de Emilio Vega, Prioste de la Cofradía de la Patrona de nuestra ciudad, la Virgen de la Antigua, parroquiano de Santiago y buen amigo, me haya dado la oportunidad de tener el honor de pregonar la Navidad en esta histórica iglesia, antigua conventual de Santa Clara, y desde hace décadas parroquial de Santiago, heredando la titularidad del Santo Patrón de España de la primitiva iglesia del mismo nombre que, en su día, se ubicara junto a la fachada lateral del Palacio del Infantado y de la que hoy sólo nos quedan algunos documentos y el recuerdo.
Desde el mismo inicio del pregón, os anuncio que seré breve pues pregonar lo obvio, es decir, anunciar que Jesús vuelve a nacer como cada año entre nosotros, precisa de pocas palabras y aconseja que éstas no se dispersen en circunloquios, sino que se centren en ese misterio que es, para los hombres, que el hijo de Dios se haga uno más entre nosotros, para indicarnos el camino recto y justo de la vida que lleva a la Salvación. Un hacerse hombre el de Jesús, como nosotros y entre nosotros, absolutamente pleno de generosidad pues vino a la Tierra y nadie le esperaba, y sabiendo que, lejos de ser bien recibido, iba a padecer una auténtica persecución y todo un calvario de desprecios e injusticias, hasta morir dolorosamente en una cruz, la muerte más vil que se le podía dar a un hombre en aquél tiempo.
Aunque ya llevemos celebradas 2010 navidades, cada año nos nace Jesús más joven y vigente; y aún, si cabe, más imprescindible que cuando nació en Belén pues los hombres, que, al menos teóricamente, cada vez disponemos de más recursos materiales que nos hacen más cómodo nuestro paso por la vida, al mismo tiempo nos vamos alejando de la sencillez y la autenticidad, que son dos de los principales valores del cristianismo, que el propio Jesús proclamó al nacer, sencillo y auténtico, en un humilde portal, en un humilde lugar de una tierra realmente humilde.
Cuando se me invitó a dar este pregón, pensé que, por mucho esfuerzo que hiciera para tratar de alcanzar grandes pensamientos y darle así espíritu a mi intervención, y por muchas bonitas palabras que me vinieran a la mente para darle forma, jamás me podría acercar, ni de lejos, a la rotundidad espiritual y formal con que los cuatro evangelistas narran la Natividad del Señor y, mucho menos aún, a la altura teológica con que la han analizado los más grandes doctores de la iglesia, como San Agustín –que, por cierto, fue Patrón de nuestra ciudad durante siglos, al igual que su madre, Santa Mónica, y quienes serán titulares de la nueva parroquia que está en fase inicial de creación en el nuevo sector urbano llamado de Los Valles-, Santo Tomás de Aquino –patrón de las enseñanzas medias y piedra angular, por tanto, en la formación de los adolescentes, los hombres y las mujeres futuras-, San Francisco de Sales –patrón de los periodistas y a quien, con frecuencia, acudo en busca de inspiración- o Santa Teresa de Jesús, la primera mujer, junto con Santa Catalina de Siena, que alcanzó el doctorado de la iglesia y que le fue otorgado por el Papa Pablo VI en 1970.
Consciente de mis limitaciones, por tanto, para transmitiros un mensaje novedoso, profundo y certero sobre la Navidad y que os fuera de provecho espiritual, decidí, al contrario que Machado, no hacer camino al andar, sino seguir y recorrer los mismos caminos de reflexión y de fe que son sus propias y autorizadísimas palabras, a través de radiomensajes, o de sus escritos, a través de encíclicas y otros textos, que en su día aportaron los cinco últimos Vicarios de Cristo en la Tierra, los Papas. ¿Qué han dicho los cinco últimos sucesores de San Pedro -que son a los que, por mi edad, yo he conocido- sobre el misterio de la Navidad?
Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, todos ellos como Vicarios de Cristo en la Tierra, han prestado especial atención al tiempo y el misterio de la Navidad y nos han dejado pensamientos y testimonios muy profundos, no sólo desde la perspectiva teológica y dogmática, sino desde la visión humana, pues, pocas cosas hay más humanas, yo diría que ninguna, que nacer, como Jesús, infinitamente pobre cuando se es infinitamente poderoso.
En diciembre de 1961, cuando yo apenas tenías dos meses de vida, Juan XXIII, el llamado “Papa Bueno”, invitaba con estas palabras a los cristianos a recibir la Navidad, a través de un radiomensaje difundido por todo el mundo: “Que de la renovada contemplación del Hijo de Dios hecho hombre, venga a cada uno de los hombres, con toda su claridad, el mensaje de la bondad y caridad evangélica. Que sea, para los creyentes, renovado estímulo para vivirlo en su plenitud, llevando su ejemplo al mundo angustiado; que para todos los hombres de buena voluntad sea llamamiento a saludables reflexiones sobre la constante aplicación de los principios en los que se funda la ordenada convivencia social”.
Juan XXIII, como sus predecesores y sus sucesores en el papado, también quiso aprovechar su mensaje navideño para interceder por la justicia y la paz ante los hombres más poderosos del mundo, en una etapa, entonces llamada de “guerra fría”, en la que, en cualquier momento, podía saltar una chispa detonante de una nueva guerra mundial y de previsibles consecuencias, aún más catastróficas, si cabe, que las que ya tuvieron las dos primeras. Así clamó Juan XXIII por la justicia y la paz en la Navidad de 1961: “la próxima fiesta navideña, que ya alborea sobre el mundo, encontrará pueblos sin paz, sin seguridad, sin libertad religiosa, angustiados por el espectro de la guerra o del hambre. Por ellos asciende al cielo Nuestra férvida oración, velada con lágrimas, unida a los votos paternales para una justa resolución de todas las dificultades y controversias y a la invitación, que una vez más repetimos a los responsables de las Naciones, para que por su unida comprensión se afirmen la justicia, la equidad, la deseada paz”. ¿Verdad que es plena la vigencia de este mensaje de Juan XXIII, aunque ya no estemos en el período de la llamada “guerra fría”? Y es que, a día de hoy, hay cerca de 25 países en guerra y una treintena de conflictos armados en el mundo.
El sucesor de Juan XXIII, el Papa Pablo VI, fue el que concluyó el Concilio Vaticano II, convocado e iniciado por su antecesor. Giovanni Battista Montini, que era el nombre de pila de Pablo VI, hizo este aserto sobre la Navidad en diciembre de 1965: “Consideramos la Natividad como el encuentro, el gran encuentro, el histórico encuentro, el decisivo encuentro de Dios con la humanidad. Quien tiene fe, lo sabe: salte, pues, de alegría. Todos los demás, escuchen y reflexionen”. Es decir, el papa Montini, quiso subrayar el premio en forma de alegría que recibimos quienes tenemos fe y creemos en Cristo cuando éste nace cada año, e invita a quienes no tienen esa fe y, por tanto, no pueden alcanzar el premio de la alegría cada 25 de diciembre, a que “escuchen y reflexionen”, o lo que es lo mismo, a que se sumen a la grandeza de la fe para alcanzar la recompensa de la alegría que es esperar y ver cada año el gran encuentro de Dios con la humanidad, cuando nace Emmanuel, “Dios con nosotros”.
El sucesor de Pablo VI, en 1978, fue Juan Pablo I, el llamado “Papa breve” y también “la sonrisa de Dios”, por su permanente gesto de afabilidad. Albino Luciani, Juan Pablo I, fue Papa tan sólo 33 días, o sea, vivió un día de papado por cada año que Jesús se hizo hombre y estuvo entre nosotros. El Papa “breve” no tuvo ni siquiera la oportunidad de dirigirse “urbi et orbi” al mundo en Navidad como Papa, pues su mandato se inició a finales de agosto del 78 y concluyó, con su inesperada y repentina muerte, antes de iniciarse octubre de ese mismo año. En todo caso, sabemos, gracias a sus biógrafos, que el Cardenal Luciani vivía con intensidad el tiempo de Navidad, que era un ferviente partidario del montaje de belenes y pesebres en los hogares y en las iglesias, que el día de Nochebuena cenaba lo mismo que había comido para centrarse en el misterio del Nacimiento y no en fastos gastronómicos y que, en esas fechas, siempre le venía al recuerdo su madre y se arrepentía de no haberla visitado en más ocasiones cuando vivía. Sin duda alguna, el Papa Luciani pensaba en la Virgen María, la Madre de Dios, cuando añoraba a su propia madre.
Los 33 días de papado de Juan Pablo I dieron paso a los más de 26 años en que Juan Pablo II ocupó el sillón de San Pedro en el Vaticano. El Papa Wojtyla, que al igual que su predecesor impulsó el Belenismo hasta el punto de que, por iniciativa suya, cada año se monta un gran y artístico Belén en torno al obelisco de la Plaza de San Pedro, concluyó así la homilía de la misa del Gallo de la penúltima Navidad que celebró, en 2003: “En el silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte. Amén”. El muy querido Papa polaco, con esta oración, le garantizó a Dios que somos muchos los hombres de buena voluntad, una inmensa multitud, los que, contrariamente a lo que ocurrió en Belén hace 2010 años, cuando Jesús nació, “y los suyos no le esperaban”, estamos ahora esperándole y, además, dispuestos a escucharle en el “esplendoroso silencio” de la Navidad, una preciosa metáfora pues, en este tiempo, por causa de la pérdida de valores y la erosión de principios, el ruido que hacen las cosas materiales es, a veces, tan estridente, que a muchas personas no les llegan con claridad los mensajes de fe, esperanza y caridad que Jesús, como si fuera un pan, el pan del cielo, trae bajo el brazo.
¿Y qué nos ha dicho de la Navidad el Papa actual, Benedicto XVI? Pues, como los que le precedieron, muchas, muchísimas cosas dado que en este misterio principia, nada más y nada menos, que el cristianismo, aunque Dios no tenga ni principio ni fin. De entre lo mucho que ha dicho y escrito el Papa Ratzinger acerca de la Navidad, quiero entresacar y destacar esta profunda idea: “Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes frente al poder o a la sabiduría. Pero él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres. Dejemos, pues, que la alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.” Poco más se puede añadir a estas contundentes palabras, que tienen la precisión de un relojero o de un cirujano, e, incluso, comentar, pues se comentan solas. En todo caso, cabe subrayar que el Papa alemán contrapone la soberbia de los hombres a la humildad de Dios y que, por eso, vino a nosotros como niño, aunque no para humillarnos, sino para buscar nuestro amor. Porque, queridos amigos, queridos hermanos, el Dios que nos va a nacer, es el Dios del amor.
Tras estas palabras sobre la Navidad de los cinco Papas que yo he conocido, poco más se puede añadir, máxime cuando, como decía al principio, la Navidad no necesita pregón, porque se pregona por sí sola. Lo que hace falta, como nos dijo Juan Pablo II, es que escuchemos a Jesús cuando se dispone a nacer y le hagamos un hueco de silencio en ese murmullo y, a veces, ese ruido ensordecedor en que se convierte la Navidad cuando se mercantiliza de tal manera que los árboles no nos dejan ver el bosque; es decir, cuando las grandes cenas y comilonas de estos días, las compras de regalos, las fiestas y las conmemoraciones –que todo eso está muy bien, pero ponderadas y en su justa medida- adquieren un primer plano y ocultan el verdadero sentido de la Navidad y que sólo tiene un nombre: Emmanuel, Dios con nosotros.
Queridos amigos, queridos hermanos de la Comunidad Parroquial de Santiago: que cuando el Niño Dios nos vuelva a nacer en la Nochebuena, le estemos todos esperando, en silencio, para que podamos oír con nitidez su, cada año más joven, vigente y necesario mensaje de amor y de paz.
¡Felices fiestas a todos y, muy especialmente, a aquellos que por motivos de desesperanza, de salud, de trabajo o, de falta de él, más lo necesitan!
JESÚS OREA SÁNCHEZ
Pregón SEMANA SANTA 2007. Por nuestro Hermano Mayor Honorario Don Fco.Javier Borobia Vegas
Dice don Sebastián de Covarrubias en su “Tesoro de la lengua castellana o española”, primer diccionario de nuestro idioma, que pregón es “la promulgación de alguna cosa que conviene se publique y venga a noticia de todos”. Aquí y ahora, la noticia ya es conocida de todos: llegan los días de Semana Santa y a este pregonero le cabe la honra de poner voz para convocar y reflexión para evocar, buscando más la cercanía que la solemnidad, a ese tiempo que contiene la clave de todo el devenir del calendario cristiano.
Comienza la Semana Santa en las postrimerías de la cuaresma que llega hasta el Jueves Santo, en el que se inicia el Triduo Pascual culminado por el Domingo de Resurrección. Este es el domingo entre todos los domingos, que da razón y esencia a todo el ciclo litúrgico, siendo el alfa y el omega de nuestra fe cristiana. Es la victoria de Cristo sobre la muerte. Dios se ha hecho hombre para traer y ser la palabra y morir por los hombres. “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Pero también, y aquí está el fundamento, para resucitar en ese amor. En la noche de la Vigilia Pascual se enciende el fuego nuevo, símbolo de la Nueva Ley. Cristo afirma: “yo soy la luz del mundo”. Y esa luz, simbólicamente, nace de la llama que arde en el cirio pascual. Cirio de cera, labor de abejas, que en la tradición precristiana representaba el Logos, el conocimiento; siendo la llama, emblema de la presencia invisible de la divinidad que daba el saber, purificaba, vivificaba y protegía.
Se que hemos empezado por el final, pero sin este final no tendría fundamento el principio. Esas vísperas de la Resurrección que es, digámoslo así, la otra parte de la Semana Santa. Días de Pasión y muerte, de reflexión en el misterio, quizás de penitencia, a la espera de la Vida, pero desde la propia vida. Hay un mundo de espiritualidad, dentro de nuestra fe, que tiene su norte en estos días. Pero la religión es creencia, es comportamiento moral y es rito. Creencia, comportamiento moral y rito son elementos, que lejos de excluirse, deben integrarse armónicamente en la esfera de la religiosidad.
El tiempo de la Semana Santa es uno de los momentos más proclives, dentro del calendario litúrgico, para que se realce uno de estos tres elementos: el del rito, el de la ceremonia; y este, dentro de ese ámbito de sensibilidad en la fe al que denominamos piedad o religiosidad popular. Manifestaciones comunitarias y antiguas en su origen, que mantienen formas pretéritas y, para algún autor, quizás fosilizadas de la vivencia del hecho religioso en su dimensión ritual. Me estoy refiriendo, seguro que ya lo habéis adivinado, a las cofradías y a los desfiles profesionales. Permitidme que, a vuela pluma, aventemos la historia de sus orígenes, que son los nuestros.
Dentro del complejo y rico mundo de las cofradías, es a mediados del siglo XVI, cuando van a empezar a proliferar las llamadas de penitencia, que son las propias de Semana Santa. Siglo XVI, la cristiandad está dividida. Dentro de las necesarias reformas que están promoviendo teólogos y rectores de la iglesia, Erasmo y Cisneros no son ajenos, un fraile agustino va demasiado lejos; reta a Roma y con el aderezo de la política y los intereses de la época, se rompe la cristiandad con el embate de un movimiento que lleva el nombre del agustino: el luteranismo. Reforma y Contrarreforma, dos maneras, entonces enfrentadas, de entender el mensaje de Cristo. Y la iglesia responde. Se reúne en concilio en Trento y marca el rumbo a seguir. Por cierto, que en esta reunión de la Iglesia, destacan varios teólogos y prelados de nuestra tierra, como el obispo de Salamanca, don Pedro González de Mendoza, fundador, aquí, del convento de los Remedios.
En Trento se consolida la esencia de la Contrarreforma, pero ya antes y después van a ir surgiendo disposiciones de carácter eclesial que buscan la vivencia de la fe a través de prácticas comunitarias. Así se promueve la realización de procesiones y la fundación de cofradías penitenciales, como las de la Vera Cruz, que se erigen en muchos de nuestros pueblos. Se trata de revivir los misterios de la Pasión y muerte de Cristo a través de un programa catequético en el que ocupan un lugar fundamental los pasos o imágenes que evocan aquellos pasajes evangélicos. Los hermanos procesionarán por las calles en la noche del Jueves Santo, bien disciplinándose con azotes: cofrades de sangre; bien portando hachas o cirios: cofrades de luz. En cualquier caso, cubiertos y anónimos ya que el Papa Clemente VI había prohibido, en el siglo XIV, disciplinarse en público con la cara descubierta. Se busca evocar, pero también y fundamentalmente, conmover a través de aquella memoria.
Desde un punto de vista formal, las cofradías que se van creando, encargan imágenes para procesionar de las denominadas de bulto, bien talladas totalmente o de las llamadas de vestir. Nuestro paisano el historiador Pedro José Pradillo, ha documentado los imagineros que trabajan en esta época para las hermandades de Guadalajara y su tierra, siendo entonces la Ciudad un interesante centro de producción artística para este movimiento al que hacemos referencia. Los encargos que más se repiten son los del Cristo Crucificado y la Quinta Angustia (hoy denominado grupo de la Piedad), seguidos de los pasos de la Virgen de la Soledad, Dolorosa, Cristo con la cruz a cuestas, Cristo atado a la columna, Ecce-Homo y el Descendimiento de la Cruz. En esta Guadalajara mendocina de artistas y artesanos, se va a fundar, en 1574, la Cofradía de la Virgen de la Soledad, la más antigua de las actualmente existentes. Cabe añadir, como dato curioso, que esta advocación de la Soledad fue introducida en España por la reina Isabel de Valois, que se casa, precisamente en Guadalajara, con Felipe II.
Francisco Torres y Núñez de Castro, historiadores de la Ciudad del siglo XVII, nos han dejado en sus crónicas noticia de las ermitas del Rosario y de la Soledad, aquella situada en la cuesta del puente y esta a la entrada de lo que actualmente es el paseo de Iparraguirre. En la del Rosario se guardaban los pasos que procesionaban el Jueves Santo acompañados de los religiosos de San Francisco y una cofradía fundada al efecto; y en la de la Soledad los que lo hacían el Viernes, acompañados del Cabildo de Abades y “de una gran cofradía de gente de la ciudad”.
El paso del tiempo trae vientos de mudanza, que en ocasiones, tristes ocasiones, se torna en vendaval de destrucción y venganza. Así toda aquella imaginería y parte de la memoria que la sustentaba fue tragada por los remolinos de la Historia. Las actuales cofradías con excepción, queda dicho, de la Soledad y en parte de los Dolores, surgen a partir de los años 40 del pasado siglo, pero con las esencias y las formas, cambiando lo cambiable, de la época a la que hacíamos referencia. Y aquí seguimos.
Volvamos pues al planteamiento inicial: ¿Por qué un ritual tan pretérito en sus formas nos sigue convocando en la era de la tecnología y la globalización?. Creo, sinceramente, que hay muchas respuestas a esta pregunta, quizás tantas como cofrades. Esbozo la mía sobre el papel.
El individuo, la persona, en lo más profundo de su ser sigue siendo un proyecto de soledad. En sus ideas, en sus creencias, hay un último momento irrenunciable que solo a él corresponde. Cada uno labra su historia, su biografía vital, en la bendita libertad de cada una de sus decisiones. Pero el individuo, la persona, necesita del otro, necesita de los demás, aunque sea para ver reflejada su propia e irrenunciable soledad. Pero también para intentar encontrarse en la búsqueda de la dimensión trascendente de la persona. La cultura de las creencias y sus formas, es aquí un lenguaje para expresar el deseo de Dios, la sed de Dios. Y aquí esa cultura, a través de las tradiciones de la Semana Santa, es la de un pueblo transmitida de padres a hijos, en la que los ámbitos de la ciudad, la parroquia y la familia son entornos cálidos y cercanos para realizar esa vivencia. La cofradía con todas sus imperfecciones, es, o debe de ser, un cauce para vivir la fe colectivamente con unas señas de identidad y en un entorno, que no debe de ser excluyente, sino aglutinante. En ella nos reconocemos como parte de un todo, en el que a su vez son y serán, los que nos precedieron y los que vengan después.
Tradición si, pero también renovación, como dos caras de una misma moneda en un diálogo constante para que el ritual no quede vacío de contenido. Pensemos en cada momento lo que estamos haciendo, para ser auténticos en nuestros actos, en nuestras expresiones.
Pero estamos en Santa María de la Fuente la Mayor y no me resisto a invitaros a un viaje imaginario desde lo alto de su hermosa torre. Subamos. Mirad la ciudad. Contemplad Guadalajara; esta vieja-nueva ciudad nuestra que se nos posa y escapa de las manos en su vuelo cotidiano de paloma. La imaginación tiene el privilegio de eliminar lo que estorba y agrandar lo que interesa. Parece que todavía los trigales en flor, que serán carros de mies por el Amparo, besan las últimas casas del viejo caserío, mientras que en las bodegas fermenta el fruto de sus viñedos. Pan de hermandad y vino de cordialidad, en la cercanía, para la Cena del Señor. Ocejón enseñorea la Campiña en algadara serrana y por la Carrera en, Domingo de estreno, la Borriquilla camina hacia San Francisco, entre un bosque de exóticas palmas y de ramos de olivo, traídos de los Mandanbriles. Es Martes Santo y los jóvenes marchan con la Cruz, puente de las Infantas arriba, camino del Salvador en su sencillez desnuda, que ya está naciendo. Miércoles por Santa Clara, incienso, color y olor meridional, palio de Esperanza guapa, quietud de Cristo en su columna. Jueves, la ciudad espera sin hora, sol tibio del medio día, solemne trajín en la escenografía del monumento efímero para guardar lo eterno. Luego rumor de capas de Apóstoles calle mayor arriba; los templos más abiertos que nunca, más plenos que nunca, Dios está aquí y se nota hasta en los átomos del aire. Nazarenos con el Nazareno en el Jardinillo, silencio quedo, candelas en el crepúsculo para una noche larga. Son las once en punto y Jueves Santo por Santiago; mecen los tambores al Cristo del Cementerio, dolor de Piedad que entre mujeres espera; nuestro Padre Jesús con la cruz a cuestas nos lleva, más que nosotros le llevamos, levitando hacia el Calvario. Pasión por las calles de Guadalajara. Viernes, medio día, San Ginés es Gólgota de capirotes, Amor y Paz para la muerte. Silencio en los rincones del Amparo. Silencio, silencio, silencio. Dios ha muerto. Puede que el hombre tema al silencio pues en el silencio habla Dios. Es la noche, ayuntamiento de cofradías, símbolos, silencios, cada uno con su son. Virgen de los Dolores, Virgen de la Soledad, mantos de estrellas que preludian la luz de la mañana. Llora la dulzaina aquí en Santa María. El Cristo Yacente, en amorosas manos de cofrades, yace ya en su Sepulcro. Silencio. Hoy es Domingo y al alba de abril Cristo ha Resucitado. Campanadas de alegría en los campaniles de los campanarios. Triunfo por la cuesta de San Francisco. Aleluya. En el esfumato del horizonte Jesús se encuentra con su Madre por Iriepal, Valdenoches, Taracena y Usanos. Aleluya. En esta Semana se han invertido todas las rosas de los vientos: la vida no ha sido camino hacia la muerte, sino la muerte preludio de la Vida. El sol está en el cenit brillando sobre Santa María, la de la Fuente, la Mayor.
Guadalajara vertebrada en cofradías en la Semana Santa, sale al encuentro de una parte de si misma. Nosotros, los cofrades, también lo hacemos buscándonos a nosotros mismos en los demás. Quiera Dios que nos encontremos y al encontrarnos nos encontremos con Él.
F. JAVIER BOROBIA VEGAS
“CONFIDENCIAS DE UN CARGADOR” de Javier Borobi. En el DECANO el 18/04/1995